Los detectives salvajes (reseña)

Terminar de leer Los detectives salvajes fue muy satisfactorio. Porque por fin pude dejar de perder mi tiempo con una novela a la que le sobran al menos veintiséis capítulos.

Leer esta novela me hizo recordar cuando leí El periquillo sarniento de Lizardi "Lizardman", el primer novelista mexicano. No porque ambos libros se parezcan ni porque ocurran en ambientes similares ni nada de eso. Es por la experiencia de lectura: ahí tenemos dos libros gordos y con algo de prestigio ambos, de seiscientas páginas, llenos de paja, y ambos los leí a la fuerza: El periquillo porque era parte de mis clases de literatura mexicana. Los detectives porque tanto han jodido los bohemios mugrosos sobre el genio insuperable de Bolaño e incluso revistas y críticos de Estados Unidos y el resto del mundo, que no pude resistirme a la presión. Si uno quiere ser relevante en una discusión culta moderna, hay que leer lo que los demás leen; es lamentable, pero es verdad, más o menos.

No quiero decir que Roberto Bolaño sea sobrevalorado. Especialmente porque de él solo he leído Los detectives salvajes, así que no sé, tal vez sus otras novelas y sus poemas son geniales. Pero sí puedo decir, con los pelos en la mano, que Los detectives salvajes es un mojón humeante de sobrevaloración; un inexplicable hito en la historia universal de la sobrevaloración. Al lado de la palabra sobrevaloración en el diccionario debería aparecer la definición de sobrevaloración, porque así es como funcionan los diccionarios. Y después que se jodan Los detectives salvajes, pinchi novela sobrevalorada.


Los detectives salvajes no está mal escrita: está mal editada. Parece que Bolaño no tenía amigos que le dijeran "corta esto" o "estas páginas no tienen razón de ser" o "esta novela tiene como trescientas páginas de más".

Pero tampoco está totalmente bien escrita, porque escribir bien no consiste nada más en escribir bien, sino también en contar bien una historia. Hay momentos de elegancia, y es obvio que Bolaño no es un escritor novato, no cae en cursilerías, en lugares demasiado comunes en los que no hayan caído y caigan mejores o más ilustres autores que él. No le puedo reprochar su estilo dentro de los párrafos. Se lo puedo reprochar en el esquema general de toda la obra, lo que es, creo, bastante grave.

La novela se empeña en una labor inexplicable por interesarnos en la historia de personajes irrelevantes. ¿Por qué me tengo que preocupar, por ejemplo, por un pintor que aparece solo una vez y que conoce a gente que no afecta la trama en lo más mínimo? ¿Por qué tengo que invertir mi atención y mi tensión emocional en una aventura de autoestopistas que solo describe fruslerías sin consecuencia real?

No creo ser el primero en quejarme del tedioso y descomunal centro de este sándwich de aburrimiento. La primera parte tiene personajes vivos y una narrativa dinámica. La tercera parte también. Después de haber pasado por dos décadas de entrevistas insulsas, de testimonios huecos, volver a ver a los personajes de la primera parte es más un respiro de alivio. Llegar a la tercera parte de esta novela es un acto de supervivencia. Me sentí viejo y agotado. Y no en una forma poética y bella, como después de leer Les Misérables, no: fue como si Bolaño me hubiera maltratado por años con el látigo de su estilo abusivo, erizado de tedio.

La novela no es difícil de leer, es solo simplemente muy larga y aburrida. No podía dar crédito a mis ojos cuando leía pasajes como "me desayuné dos tostadas con mermelada y un café con leche". O "me lavé los dientes y luego me puse a fumar en la ventana". No tiene nada de malo describir minucias cotidianas... pero que esto ocurra por el transcurso de veintiséis capítulos no tiene nombre.

El núcleo de Los detectives salvajes es así: una especie de diario de un psicótico que enumera cada insignificante detalle de lo que hace... y no para revelarnos una maravilla oculta detrás de lo cotidiano. No. Simplemente por que sí, nada más por horror a la página en blanco. Como si alguien le hubiera dicho a Bolaño que escribir un libro se trata de llenar la página a toda costa, con lo que sea, no importa con qué, llena la página, wey, si no no eres escritor.

Un día voy a escribir un libro que se llame Los detectives salvajes sin mierda. Va a consistir en una amputación generalizada de todo lo que sobra y lo que nadie extrañaría de esta novela. Va a quedar de cien o ciento cincuenta páginas y va a ser un libro muy bueno.

Por lo pronto disfrutaré esta bella vida, estos bellos días después de haber salido de la lectura de esta novela. No miento: cuando la terminé me saboreaba con la idea de leer otros libros más interesantes, más amenos, más estimulantes. Esa es la mejor virtud de esta novela de Bolaño: es la celda que nos hace disfrutar más la luz del día fuera de prisión.

Carlos Mal.
París, 2013.

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