Pira Pagana - Jesucristo

Esta es la última Pira Pagana. Desde 2004 he estado llamando de este modo a mis ensayitos de opinión que han aparecido en este blog y, por algunos años, ya lejanos, en la sección cultural de un periódico de mi terruño.

Hoy es mi cumpleaños y lo estoy pasando en casa por primera vez en mucho tiempo. He habitado el paraíso y ahora estoy en el desierto del error, un desierto ahora más seco y más ardiente, pues ya conocí las frondas y las aguas del mundo antiguo.

Hace muchos años escribí un ensayito sobre Dios y prometí este otro sobre Cristo.

Alguna vez solía pensar y decir "¿no es completamente increíble imaginar que un carpintero judío que vivió hace miles de años haya sido también, y al mismo tiempo, Dios Todopoderoso, Creador del Universo?". Cuando decía esto mi mente se llenaba de una fascinación por lo insólito, por lo completamente extravagante de la idea. Por supuesto que sería absolutamente genial que esto fuera cierto.

Pero detrás de este deseo de que lo insólito fuera cierto, detrás de un cristianismo muy personal fundado sobre la base de un amor por lo extraordinario sabía que había algo averiado: la fe no funciona así.

En mi juventud fui ateo y sabía esgrimir todos los clichés venenosos del ateo más secular y más activo en las filas de la mala leche. Sabía burlarme de los cavernícolas supersticiosos que creen en amigos imaginarios y superhéroes sagrados. Sabía hacer de la ciencia mi santo y mi virgen. Sabía sentir que yo era un dios con un pie en el hormiguero de la iglesia y de la sumisión.

Pero, después, la flama de lo que parecía ser una fe sobrevivió. Exploré volver a la religión y no pude. Decidí al menos seguir llamándome cristiano. Tampoco sirvió mucho. Decidí, más o menos cuando escribí "Pira Pagana: Dios", considerar a Cristo mi última figura de fe. Lo único que me unía al mundo espiritual. Ni siquiera Dios Padre se salvaba; no era ateo, pero para mí el Dios Creador era más bien el Demiurgo gnóstico, una fotocopia del Dios original, una especie de Satán defectuoso que creó este mundo imperfecto.

Y aun así, los destellos de la ciencia siempre me iluminaron más que mis intentos desesperados por tener una vida espiritual.

La muerte natural del Sol es ahora más importante que las palabras de amor de Cristo. El fin entrópico del universo tiene más peso que el Crucificado llorando por mi alma en el Gólgota. No lo digo para clasificar indiscriminadamente: lo digo porque es la verdad de lo que siento en mi corazón.

Hoy, en el jardín metafórico de mi cuarto, lloro una sangre metafórica y le pregunto a Jesús, el nazareno: ¿si tanto me amas, me dejarías ir?

Y él, en toda la bondad de su probable inexistencia histórica, y con toda la sinceridad de su anacronismo Él me contesta: "sí".

Jesús, Isa, Iesv, Yoshua: te voy a extrañar. Nunca supe en verdad si eras real, pero ahora voy a decidir que no es relevante. Seguirás en mi léxico simbólico, en mi repertorio de analogías y alusiones retóricas; me ayudarás a ejemplificar y a sazonar con metáforas solemnes algún verso, algún argumento, algún ejemplo o alguna acción.

Seguirás siendo un ejemplo a seguir, aun si no exististe, quién sabe. Uno puede seguir el ejemplo falsamente recordado de un abuelo, de un padre. ¿Por qué no el de un dios?

No voy a mentir: tu mención y el recuerdo de tus múltiples imágenes (mentales y pictóricas) me seguirán causando una admiración muda, pues no se puede borrar un tótem tan pesado con las plumas de un millón de intelectuales.

En el banco imaginario de mi capital lingüístico serás, creo que siempre, el referente de la palabra "sacrificio", junto a mi madre y a algunos héroes históricos.

Voy a tatuarme en el pecho el corazón sagrado y sangrado que acompaña tu iconografía. Esta es una promesa que te hago a ti, amigo imaginario, mi viejo, viejísimo amigo del que hoy me despido para siempre.

Después de este adiós no pretendo refugiarme en la cueva del ateísmo o del agnosticismo formal. Simplemente me quedo con las huellas de una vida espiritual tal vez fallida, tal vez en hiato, en suspenso. Pero, aun si no he creído con fe religiosa en ti desde mi adolescencia, es hasta ahora que sé que nunca podré volver a la inocencia de mi Primera Comunión. Tengo en la fe la costra de demasiadas telarañas; un crucifijo en llamas de oro no tiene cabida en la humedad oscura de mi cerebro.

No soy cristiano. Soy un sujeto que siente mucho cariño y simpatía hacia el personaje de un libro, como Horacio Oliveira o Arsène Lupin. Un personaje que puede o no ser ficticio; no importa.

Jesús: he usado tantos, tantos años las vigas de tu cruz como muletas. Pero hasta hoy.

Hoy que cumplo 33 años te digo adiós y corto la hebra mítica que te unía a mi fe, pues esta es ahora simplemente imaginación esperanzada, y un dios que habita en la imaginación no es un dios, sino un personaje.

Y te mereces más que eso.

Adiós, Jesús; nos fue bien.

Saludos a la familia.

C.M.

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