NOTAS SOBRE EL HIMNO NACIONAL

La marcha de guerra “Wer will unter die Soldaten” fue compuesta por el músico alemán Friedrich Willhelm Kuecken alrededor de 1830. Kuecken es conocido como un modesto compositor postromántico especialista en componer piezas al estilo vernáculo alemán.[1]

Años más tarde otro europeo nos daría a los mexicanos otra pieza muy parecida[2] como himno nacional: su nombre, Jaime Nunó; su historia, sumamente interesante: después de huir del azote de cólera que diezmaba su pueblo natal, vagó por España hasta que el destino lo llevó a Cuba, donde conocería a un hombre extraño y fascinante: el seductor de la patria: Antonio López de Santa Anna, el hombre que cambiaría su vida.

Santa Anna, después de ir y venir por los caminos del poder, llegó a un período irreal en el que su gobierno tomaba tintes cada vez más excéntricos e inexplicables. Después de salvar y hundir su patria en repetidas ocasiones, fue expulsado del país, y Su Alteza Serenísima se encontró en marzo de 1853 con Jaime Nunó en Cuba. Ahí trabó amistad con él y cuando tuvo la oportunidad de volver a México cubierto de gloria, se llevó consigo al compositor catalán y le ofreció la dirección de las Bandas Militares del país.

Al mismo tiempo, ocupado entre las notas que escribía para el Diario Oficial y los poemas encendidos a su novia, el joven Francisco González Bocanegra, hijo de españoles, seguidor de los románticos, afiliado al Partido Liberal Moderado, se congratulaba del regreso de Santa Anna de su destierro.

Bocanegra era gran simpatizante del dictador mexicano y, al parecer, simpatizante siempre de las personas equivocadas: el poeta es autor de un “Himno a Santa Anna” y de un no menos lisonjero “Himno a Miramón”, otro nefasto personaje del siglo XIX en México.

La historia de cómo Bocanegra compuso el Himno Nacional Mexicano es bien conocida y linda con lo legendario: en noviembre de 1853, Santa Anna convocó a un concurso poético para elegir entre los trabajos el que sería el himno de la patria. Sabiendo esto, Guadalupe González del Pino, prima y novia de Bocanegra, encerró al poeta en su estudio y no le permitió salir de él hasta que compuso el poema en su totalidad.
Guadalupe González del Pino y su novio.

Es importantísimo señalar que el hecho de que Bocanegra haya ganado ese concurso no garantizaba que su poema perduraría como el himno nacional mexicano. Ya anteriormente se había intentado establecer un canto nacional, pero aun cuando eran oficialmente aceptados e impuestos, el pueblo los olvidaba. En 1820, durante las últimas batallas de los Insurgentes, un canto nacional anónimo quiso arraigarse en el espíritu de independencia, pero no lo logró:
Honor a los héroes
honor a los sabios,
sus brazos, sus labios
sustentan la ley...

y en 1821 el militar y pensador José Torrescano escribió un himno que tampoco permanecería:
Somos independientes,
¡viva la libertad!
¡Viva América libre
y viva la igualdad!
¡Viva América libre
y viva la igualdad![3]

En 1849, el compositor austriaco Henri Herz —como parte de un proyecto personal y exotista que comprendió la visita a varios países americanos— llegó a México. A su llegada, en acto público, se nombra “mexicano” y se compromete a componer la música para un himno nacional “digno de su presencia en este país”.[4]

Dado el compromiso, el gobierno se apresura a convocar a un concurso literario paralelo al que ganará Bocanegra en 1854. El ganador esta vez es el norteamericano Andrew Davis Bradburn, con estrofas increíblemente parecidas a las que, cinco años después serán declaradas Himno Nacional Mexicano:
Truene, truene el cañón, que el aceroen las olas de sangre se tiña,al combate volemos; que ciñanuestras sienes laurel inmortal.[5]
Nada importa morir si, con gloria,una bala enemiga nos hiere,que es inmenso el placer, al que muere,ver su enseña triunfante ondear.

Y si se comparan las demás estrofas de Davis con el poema de Bocanegra seguiremos encontrando obvias influencias, o bien, flagrantes plagios. El poema patrio de Davis Bradburn debe ser considerado, pues, la fuente más importante para Bocanegra al momento de escribir su himno.

Cabe señalar que, también en 1849, el poeta cubano Juan Miguel Lozada escribió también una paráfrasis del poema de Andrew Davis y, con música del compositor Karl Boscha diseñó un himno nacional que no tuvo éxito[6].

Cuando llegó el momento de unir la letra de Bradburn con la música del afamado Herz, sucedió algo inesperado: la composición del austriaco era mediocre, demasiado plácida e inocente[7]. Así, el buen poema de Bradburn cayó en el olvido del pueblo, y México tuvo que esperar un poco más.

Sin embargo, en los últimos años de Santa Anna como presidente, se dedicaron los pocos recursos del Tesoro Nacional para convertir México en Versalles. Durante este tiempo las compañías de ópera florecieron en este país.

El director de la Ópera Italiana en México, Antonio Barilli intenta, en dos ocasiones, ambas fallidas, componer un himno nacional. Max Maretzek, Pellegrini e Infante se unen a la lista de quienes compusieron la música para un himno que no se dejaba alcanzar. Este peregrinaje terminó cuando, después de vencer a 23 poetas, Francisco González Bocanegra tendría su oportunidad. Pero, como siempre, la última palabra era del pueblo mexicano.

Cuando Bocanegra ganó, se lanzó la convocatoria para la música que acompañaría el poema. Curiosamente, sin esperar a que se decidirá un ganador, el compositor y famoso contrabajista italiano Giovanni Bottesini también compuso su versión musical para el himno nacional... lo que sigue, aun después de que Jaime Nunó fuera declarado ganador del concurso, es un mosaico caótico digno de los días de Santa Anna.

En primer lugar, aun cuando la pareja ganadora de los concursos es, oficialmente, Bocanegra y Nunó, durante el mes de septiembre de 1854, el himno se “estrenó” en distintas ocasiones y con distintas versiones: El 11 de septiembre de 1854 el himno hizo su debut, pero, cosa curiosísima, Bocanegra cambió en su totalidad la letra de su poema y lo convirtió en un adulador homenaje a Santa Anna.

La música era aquella compuesta por Bottesini. Santa Anna, a fin de cuentas, no asistió a este evento.
El quince de septiembre se cantó por primera vez el Himno Nacional como lo conocemos hoy, es decir, con la letra de Bocanegra y la música de Nunó. Santa Anna no estuvo presente, pero la combinación fue un éxito.

El 24 y 27 de septiembre se cantó públicamente el himno de Bocanegra con música creada por el compositor mexicano Luis Barragán; esta vez Santa Anna está presente, pero el pueblo siente que esta versión no es la mejor. Bocanegra y Nunó resultan vencedores por concurso y por clamor público.[8]

Pero sólo un año después, en 1855, el Plan de Ayutla arroja a Santa Anna del país para siempre; los liberales, la Reforma, y una serie de cambios radicales llegan por sorpresa a unos asombrados y temerosos Bocanegra y Nunó. Nunó renuncia a su cargo. Bocanegra se oculta y deja en su casa a su esposa e hijos, a quienes visita furtivamente en episodios de su vida que llegan a ser verdaderamente novelescos.[9] Benito Juárez, al llegar al poder, decide conservar el himno íntegro, incluso la estrofa:
Del guerrero inmortal de Zempoalate defiende la espada terrible,y sostiene su brazo invencibletu sagrado pendón tricolor.
él será del feliz mexicanoen la paz y en la guerra el caudillo,porque él supo sus armas de brillocircundar en los campos de honor.

Cabe notar que esta estrofa se refiere a Santa Anna, el caudillo de Zempoala. Juárez mismo, refiriéndose a las estrofas “políticamente incómodas”[10] del Himno, dijo: “¡Ya el pueblo se encargará de suprimirlas, no cantándolas!”[11].

Aun cuando Nunó dirigió un par de conciertos para los efímeros emperadores de México, Maximiliano y Carlota, no tardó en dejar el país; huyó a Cuba y poco después fijó su residencia en Buffalo, Nueva Cork. Por su parte, González Bocanegra estaba sumamente ocupado en morir, cosa que sucedió tras las tétricas cortinas de la fiebre tifoidea el 11 de abril de 1861. El poeta tenía 37 años. Nunó regresaría a México en 1901, y aun tendría fuerzas para, antes de morir, componer la “Marcha heroica Porfirio Díaz”.

Hoy en día pocos ven el Himno Nacional como un poema. El último intento serio de verlo como un fenómeno literario criticable fue de Joaquín Antonio Peñalosa, y su acercamiento, rancio y romántico, está acompañado por la obra de Juan Cid y Mulet, quien escribió una melosa historia del Himno Nacional en su libro Mexico en un Himno, y es, sin duda, terrorífico ver a Bocanegra y a Nunó convertidos en personajes literarios envueltos en la gramática latinizante y en las múltiples exclamaciones retóricas de este par de historiadores.

Una explicación para estos acercamientos parciales e idílicos al Himno está en la fecha de publicación de ambos: 1954, precisamente a cien años del estreno del Himno Nacional; ambos libros son producto de un requisito oficial, y su auditorio ideal es México entero, no la élite analítica de los colegios de literatura.

Lázaro Cárdenas, en un mensaje escrito en la contraportada de México en un Himno, señala que “todos los mexicanos deberían tener este libro en su librero”, como una especie de compañía lógica de la Biblia, de la Constitución.

El Himno Nacional Mexicano está escrito en octavas italianas, estrofas de ocho versos decasílabos, una métrica que estaba en boga en esos tiempos para escribir poemas patrios. Bocanegra la utilizó en sus mejores poemas, en imitación de Espronceda y Quintana, de quien utilizó un trío de versos que serían el hoy desconocido epígrafe del himno:
Volemos al combate, a la venganza,y el que niegue a su pecho la esperanzahunda en el polvo la cobarde frente.[12]
Y este epígrafe pone el ejemplo de la naturaleza del Himno: no nos encontramos ante un epígrafe decorado ni triunfante, sino ante un terceto furibundo y determinado. Una de las mayores virtudes del poema de Bocanegra es que en una época en la que los románticos mataban la palabra con enfermizas adjetivaciones e imágenes rebuscadas, Bocanegra decide darle al poema un clima austero: los adjetivos son sustituidos por sustantivos fuertes, Peñalosa señala que “el brío metálico y la tranquila majestad del poema se deben, en mucho, a ese arraigo en las palabras esenciales, que son los sustantivos. Hasta los verbos desempeñan función de sustancia en vez de actividad.”[13]

Así, la idea del vigor y la violencia se refuerzan con las figuras animalescas del caballo y del cañón: cambiar caballo por bridón resulta efectivísimo: el bridón es fiero, enorme y demoníaco; también el cañón ruge, es una bestia sonora que produce terremotos. Estamos ante un poema que hace desfilar una acción o un deseo, uno detrás del otro. Carece de descripciones naturales o demasiado sentimentales, apelando más a un instinto básico, a una rabia, un orgullo primigenio.

La imaginería de Bocanegra sigue una sensibilidad romántica en sus imágenes por el sincretismo del pasado clásico y la tradición católica y judeocristiana. Este sincretismo fue el que en el Renacimiento creó la imagen que hoy tenemos de los ángeles bíblicos. Y es el que hizo a Bocanegra imaginar una Patria ceñida del laurel pagano junto a los arcángeles y junto a Dios. De esta manera la Patria de Bocanegra nos recuerda a la Libertad de Delacroix en su cuadro La Libertad guiando al pueblo y los laureles, olivos, sepulcros con cruces milagrosas, las encinas bajo la tormenta, los ríos de sangre, la patria como una madre, parecen recordar el catálogo completo de imágenes de los pintores románticos europeos.

Curiosamente, muchas veces se pasa por alto la verdadera naturaleza del himno: violenta, bélica, iracunda. El parcial Andrés Serra Rojas, en el prólogo del libro de Juan Cid y Mulet dice que “Nuestro Himno Nacional, aunque sus estrofas aludan a la guerra y sus notas sean marciales y vibrantes, es mensaje de paz, de concordia y de amor”[14], ¡lo que es absolutamente falso! Esto equivale a decir: “El himno Nacional es belicista, pero no lo es”. Sus estrofas no sólo aluden, sino llaman a la guerra a cada segundo, y sus notas son tan marciales y tan pensadas para excitar los ánimos guerreros como las de “Él quería ser soldado”, la marcha militar alemana que Nunó tomó prestada del alemán  Kuecken.

México tardó mucho tiempo para decidirse por su himno, pero la historia de la duda no terminó en 1854. Tenemos ahora algo muy curioso: un poema, un buen poema en las manos de la oficialidad, del gobierno: casi un oxímoron. Hemos visto que el discurso oficial ha intentado hacer del Himno algo que no es: un canto a la paz.

Han tratado de pasar por alto que Bocanegra y Nunó tuvieron unas musas inquietantemente erráticas, han querido mostrar, como siempre, sólo el lado bello, o por lo menos, el aceptable. Lo importante es que aunque ahora sepamos que Bocanegra era un adulador incurable y que Nunó le compuso una marcha al tradicionalmente nefasto Porfirio Díaz, aunque ahora sepamos que el poema de Bocanegra le debe más a Andrew Davis Bradburn que a su irritante novia, que sepamos que el Himno Nacional fue una creación turbia de tiempos turbios, no disminuye en el pueblo la rabia, la calidez, el orgullo que surge cuando suenan las notas que Nunó supo arreglar para que las palabras de Bocanegra sonaran como recién salidas del hocico de la tierra, de los mismos infiernos:
¡Guerra, guerra sin tregua al que intente
de la patria manchar los blasones!
¡Guerra, guerra, los patrios pendones
en las olas de sangre empapad...!

Y en una historia como la de México, donde glorias falsas y bellas sepultan verdades feas e incómodas, no podríamos sentir más orgullo, más alegría, más paz, al escuchar un himno único en su especie: un himno tan parecido a nosotros como pueblo: robado, romántico y manoseado por extranjeros. 






NOTAS:

[1] Loperena Elpapa, Juan, Historia de la música vernácula en Europa, p. 156.

[2] Esta peculiaridad fue observada por Paul Nettl en National Anthems, p. 194: “It would be utterly absurd to question the authenticity of Nunó’s composition, but there must be some sort of connection between the two melodies.” Personalmente yo sí dudo de la honestidad del español. Es sabido que en la época era muy común que los americanos plagiaran tonadas europeas, pues se dudaba que el plagio se conocería dadas las enormes distancias entre el Viejo y el Nuevo Mundo.

[3] Todos estos extractos de himnos nacionales provienen de Cid y Mulet, Juan, México en un Himno.,p 13.

[4] Cid y Mulet, Juan, op cit.,p 85.

[5] Cada uno de estos versos tiene su correspondiente en el poema de González Bocanegra. “Truene, truene el cañón, que el acero...”: la reiteración vocativa está en el poema del mexicano: “Guerra, guerra sin tregua al que intente...”. “En las olas de sangre se tiña...” se repite en “En las olas de sangre empapad...” Davis dice “Al combate volemos...”, basado en “Volemos al combate a la venganza...”, verso de Manuel José Quintana: González Bocanegra, como mencionaré más adelante, utiliza los mismos versos como epígrafe para su Himno. “Que ciña / nuestras sienes laurel inmortal” se refleja en “Ciña, Oh patria tus sienes de oliva...”

[6] Peñalosa, Joaquín Antonio, Entraña poética del Himno Nacional, p 55.

[7] Se puede encontrar esta pieza bajo el nombre de Marche National Mexicaine. Los acordes optimistas y el compás alegre de la Marche no hacen sino señalar el concepto naïf y exotista que tenía Herz sobre un México en guerras constantes y en crisis económica y social.

[8] Cid y Mulet, op cit., pp 27-28.

[9] Cid y Mulet, op cit., pp 39-40.

[10] En otra de las estrofas del Himno se reverencia a Agustín de Iturbide, considerado aún por los conservadores de la época de Bocanegra como un gran héroe y un modelo a seguir. Esta estrofa nos confronta con las ideas contradictorias de Bocanegra, inscrito al Partido Liberal. Los versos que loan a Iturbide dicen lo siguiente: “Si a la lid contra hueste enemiga / nos convoca la trompa guerrera, / de Iturbide la sacra bandera; / mexicanos, valientes seguid”.

[11] Cosa    que, de hecho, ha ocurrido. Hoy en día nadie canta esas estrofas. De hecho hubo un decreto oficial que en 1968 cambia la extensión de lo que debe ser cantado, se eliminan las estrofas con referencia a Santa Anna e Iturbide y se conservan las estrofas más sencillas. Para detalles, ver Nacional Anthems of the American Republics.

[12] Versos que, como mencioné en una nota anterior, pertenecen al poema en silva “A España después de la revolución de marzo”, escrito en 1808 por Manuel José Quintana.

[13] Peñalosa, Joaquín Antonio, op cit., p. 25.

[14] Cid y Mulet, op. cit., p. 8.




BIBLIOGRAFÍA

Bazant, Jan, A Concise History of Mexico, from Hidalgo to Cárdenas 1805-1940, New York, NY, 1979.

Cid y Mulet, Juan, México en un Himno, génesis e historia del Himno Nacional Mexicano, México, 1974.

General Secretariat of the Organization of American Status, Nacional Anthems of the American Republics, Washington,D.C., 1960.

Loperena Elpapa, Juan, Historia de la música vernácula en Europa. Barcelona, Altea Editores, 1999.

Meyer, Michael C. y Beezley, William H., editores, The Oxford History of Mexico, Oxford, NY, 2000.

Nettl, Paul, National Anthems, traducción de Gode, Alexander, New York, NY, 1968.

Peñalosa, Joaquín Antonio, Entraña poética del Himno Nacional, México, 1955.

Rivas, Humberto, La sombra del águila (cinedramatización), México, 1943.

Comentarios

  1. La marcha de Kücken, personalmente no se me hace similar al himno nacional, obvio, tiene algunas semejanzas de la época y del compás 4/4 de marcha. Y la cuestión de las estrofas de Andrew Davis, solo son ideas paralelas menos logradas que las de González Bocanegra, que se me hacen muy bien pensadas e integradas, fantásticas.

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